Valencia ha decidido adelantar el encendido de sus luces de Navidad para apoyar al comercio local. Podría parecer un gesto sencillo, uno de esos rituales que se repiten cada año sin mayor trascendencia. Pero esta vez ocurre algo distinto. Las luces llegan en un momento en el que la ciudad se está transformando, casi sin darnos cuenta. Se está convirtiendo en una metrópoli que comienza a no caber en sí misma. Las calles iluminadas no solo anuncian el inicio de una campaña, sino la dimensión creciente de una Valencia que ya ha cambiado de escala.
En Luces de bohemia, Max Estrella vagaba por un Madrid que lo abocaba al esperpento. Era una ciudad que reflejaba su miseria en espejos cóncavos. España es una deformación grotesca de la civilización europea, decía Valle-Inclán, como si no hubiera salida posible para la decadencia. Hoy, desde Valencia, cabe afirmar que el camino puede ser otro. La nuestra no es una ciudad que se mira en los espejos deformantes de la desesperanza. Es una ciudad que se está atreviendo a encender luces nuevas, más claras, más directas.
El crecimiento de Valencia es perceptible. Aumenta la población y se diversifica el perfil de quienes llegan. Se consolidan sectores económicos que hace una década parecían impensables. Este dinamismo la acerca, inevitablemente, a las grandes capitales mediterráneas. Sin embargo, lo hace huyendo de sus sombras. Mientras Barcelona lucha contra índices de criminalidad que comprometen su convivencia, Madrid se desborda en ciertos momentos del día hasta volverse inhóspita. En contraste, Valencia busca una forma de expandirse sin fracturarse. Quiere mantener un equilibrio entre modernidad y calidad de vida que muchas ciudades ya quisieran.
Sin embargo, nada de esto está exento de retos. La ciudad responde con entusiasmo ante eventos singulares, pero también con límites que empiezan a hacerse visibles. Las aglomeraciones del pasado viernes para el encendido de las luces de Navidad rivalizan con las de Fallas, los partidos de gran afluencia o festivales masivos. Revelan que la infraestructura actual no siempre acompaña la nueva realidad. Valencia necesita repensarse hacia dentro y hacia fuera. Debe hacer cambios en sus accesos, en su transporte, en su movilidad metropolitana y en sus flujos turísticos. También en su modo de recibir y de convivir.

Por eso el encendido navideño funciona como un símbolo. Las luces no solo iluminan; proyectan. Muestran una ciudad que ha decidido reconocerse en versión grande, no en la modesta sombra de lo que fue. En ese sentido, son una declaración política y emocional. Valencia ya no es una ciudad de medio millón que vive tranquila en el Mediterráneo. Ahora es un punto de referencia en el mapa europeo que atrae talento, visitantes y expectativas. Sus luces festivas apuntan a un esplendor creciente, justo lo contrario de aquella noche amarga de Valle-Inclán.
No es casual que, en este contraste, resuene también la melancolía de Noches de Bohemia, con aquella frase que dice “yo no me doy a la razón” mientras se lamenta un amor imposible. Valencia, sin embargo, sí se da razones para creer en su futuro. Acepta su crecimiento sin nostalgia paralizante. Quizá porque esta ciudad nunca ha sido solo un lugar, sino una forma de estar en el mundo. Tiene una identidad luminosa que sabe combinar tradición y modernidad sin renunciar a ninguna de las dos.
Las luces que se encienden estos días anuncian algo más profundo. Una ciudad que se reconoce en transformación y que entiende que la grandeza no se improvisa, sino que se prepara. Valencia no quiere caminar hacia la deformación esperpéntica. Aspira a un esplendor propio, pensado, habitable, humanizado. Una luz que no disfraza, sino que revela.
Las aglomeraciones que se dieron el pasado viernes no son un hecho aislado. Son el preludio del estado de las calles en próximos fines de semana, y encontrarán su clímax en la cabalgata de reyes. Celebramos una ciudad que despierta a su nueva escala. Es una Valencia que debe pensar en como expandirse sin perderse, que recibe sin desbordarse, que brilla sin cegarse. Estas son las verdaderas luces de Valencia: las que iluminan el camino hacia un futuro más grande y más consciente de sí mismo.






