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miércoles, diciembre 3, 2025

València podría encadenar veranos casi permanentes a finales de siglo, como consecuencia del cambio climático

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Así lo concluye un estudio de la UPV, que prevé olas de calor más intensas y duraderas y advierte de un fuerte aumento del riesgo sanitario.

València podría vivir veranos casi permanentes a finales de siglo por el cambio climático. Así lo concluye un estudio de la Universitat Politècnica de València (UPV), que prevé olas de calor más frecuentes, intensas y duraderas, y advierte de un fuerte aumento del riesgo sanitario, especialmente para mayores, niños y otros colectivos vulnerables. En escenarios de altas emisiones, la ciudad afrontaría hasta 300 días anuales de calor extremo.

La investigación, realizada por equipos del Instituto de Ingeniería del Agua y Medio Ambiente (IIAMA) y del Departamento de Urbanismo de la UPV, analiza la evolución histórica y futura del calor en Valencia entre 1979 y 2100 y se publica en la revista Urban Climate. El trabajo observa cómo el calor extremo gana peso en el clima mediterráneo urbano y se convierte en un fenómeno cada vez menos excepcional.

Los datos históricos ya muestran un cambio sostenido: desde 1979 se añaden de media dos nuevos episodios de olas de calor por década, y su duración típica ha pasado de menos de diez días a casi 25. Esta prolongación implica más días consecutivos con estrés térmico, mayor acumulación de calor en el espacio urbano y ventanas más cortas de alivio térmico entre eventos.

Olas de calor más largas e intensas

El equipo subraya que lo más preocupante se concentra en las próximas décadas: si las emisiones de gases de efecto invernadero continúan al ritmo actual, Valencia podría encadenar una temporada de calor prácticamente continua. La investigadora Ana Fernández-Garza resume: ‘Estamos viendo cómo los veranos se alargan y los episodios de calor se intensifican. Si no se toman medidas urgentes de mitigación, la ciudad podría vivir hasta seis meses seguidos con riesgo térmico elevado y alcanzar temperaturas que superen los 50 grados‘. En este contexto, el verano deja de ser una estación acotada para convertirse en un marco climático dominante durante buena parte del año.

El estudio incorpora el índice de calor como variable clave, un indicador que combina temperatura y humedad para estimar el impacto real sobre las personas. Los resultados señalan que el aumento de la humedad relativa amplifica el estrés térmico y eleva el riesgo de golpes de calor, un efecto que afecta con especial intensidad a mayores, niños y personas con condiciones de salud previas. A más humedad, el cuerpo disipa peor el calor, lo que acorta los tiempos seguros de exposición y exige más descansos e hidratación.

La proyección se desglosa en tres escenarios. En el más optimista, con una reducción drástica de las emisiones, el número medio de olas de calor en Valencia se duplica respecto a los valores actuales, con picos por encima de 40 grados y episodios de una duración media de 15 días. El cambio no desaparece ni siquiera con mitigación fuerte, pero se contiene y deja más margen a la adaptación urbana y sanitaria.

En un escenario intermedio, con políticas de mitigación parciales, la ciudad experimenta entre seis y ocho olas de calor cada verano, algunas por encima de 30 días consecutivos, y un índice de calor que escala hasta los 45 grados. Este patrón multiplica la presión sobre los servicios de salud y obliga a reorganizar actividades al aire libre, horarios laborales y escolares durante las fases más críticas.

El escenario más pesimista, sin reducciones significativas de emisiones, proyecta una temporada cálida de abril a noviembre, con sensaciones térmicas que superan los 50 grados y olas de calor prolongadas durante casi la mitad del año. El investigador Eric Gielen advierte: ‘El número, la duración y la intensidad de las olas de calor aumentan de forma continua. Si no se actúa, podríamos enfrentarnos a un escenario en el que el verano prácticamente no termine, con 300 días anuales de calor extremo en escenarios de altas emisiones’.

Adaptación urbana y salud pública

Ante este horizonte, el equipo propone medidas de adaptación que pueden reducir el riesgo térmico en ciudad: más vegetación y superficies verdes, cubiertas frías y materiales reflectantes, creación de refugios climáticos y sistemas de alerta temprana, junto con políticas urbanas centradas en la salud y la equidad climática. La revisión de estrategias urbanas y sanitarias se plantea como una prioridad.

Estas actuaciones actúan por varias vías: la vegetación aporta sombra y evapotranspiración que moderan la sensación térmica; los materiales reflectantes y las cubiertas frías disminuyen la acumulación de calor en edificios y calles; los refugios climáticos ofrecen espacios seguros en los picos de calor; y las alertas tempranas permiten anticipar recursos sanitarios y asistencia a los más vulnerables. La coordinación entre planificación urbana, salud pública y protección civil se vuelve determinante para reducir impactos inmediatos.

La investigación enmarca sus conclusiones en una idea central: el cambio climático ya afecta a las ciudades mediterráneas y exige decisiones de mitigación y adaptación desde hoy. El trabajo forma parte del proyecto europeo The HUT (Human-Tech Nexus – Building a Safe Haven to Cope with Climate Extremes), financiado por el programa Horizon Europe. Como resume Eric Gielen, ‘El cambio climático no es un fenómeno futuro, es una realidad que ya afecta a nuestras ciudades. València, como otras ciudades mediterráneas, necesita prepararse para convivir con el calor extremo de forma segura y resiliente‘.


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