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miércoles, diciembre 3, 2025

¿Por qué cada vez hay menos gente en las manifestaciones de la DANA?

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Las manifestaciones por la DANA pierden fuerza en la Comunitat Valenciana. Analizamos por qué cada vez acude menos gente y cómo influyen la política y la gestión.

Las concentraciones convocadas tras la DANA, que en un inicio reunieron a miles de ciudadanos en València y otras localidades, atraviesan un evidente declive. Lo que comenzó como un movimiento social potente, nacido del dolor de los damnificados y del apoyo vecinal, hoy se refleja en plazas semivacías y en un eco mediático cada vez menor.

En noviembre participaron unas 30.000 personas; en diciembre la cifra se disparó a 100.000, para caer a 80.000 en enero y desplomarse a 25.000 en febrero. La tendencia siguió a la baja: 30.000 en marzo, 25.000 en abril y 15.000 en mayo. El descenso se acentuó en verano, con apenas 5.000 asistentes en junio, 1.500 en julio y 2.000 en agosto. Este goteo constante de pérdida de participación refleja el desgaste de un movimiento que, aunque todavía existe, ya no moviliza como en sus primeros meses.

La última cita en la Plaza de la Virgen dejó clara esta tendencia: mismas pancartas, menos voces y una percepción de agotamiento que contrasta con las primeras semanas de movilización.

Manifestación de noviembre de 2024

De la indignación ciudadana al discurso político

Las primeras protestas eran un reflejo del sufrimiento real de las familias afectadas: pérdidas materiales, retrasos en las ayudas y una sensación de abandono institucional. Esa indignación genuina, traducida en manifestaciones masivas, actuó como un altavoz para la sociedad. Sin embargo, con el paso de los meses, el foco de los discursos se desplazó hacia una dirección casi exclusiva: la crítica a Carlos Mazón y a su Consell.

Al principio, muchos ciudadanos podían identificarse con esa exigencia, pero pronto la protesta pasó de ser un grito plural de afectados a una especie de mitin de oposición. En los actos, las pancartas y consignas se centran únicamente en señalar a Mazón, dejando en segundo plano otros factores y responsables que también influyeron en la catástrofe. Este cambio narrativo ha provocado que buena parte de los asistentes iniciales no se sientan representados y decidan no acudir más. Lo que era un clamor ciudadano transversal ha terminado percibiéndose como una estrategia política con un blanco único, perdiendo legitimidad ante el público general.

Pancarta de la concentración culpando al PP con el logotipo de Compromís

Asociaciones con vínculos partidistas

La desmovilización también se explica por el papel de las asociaciones de damnificados. Su existencia es necesaria y legítima, pero la revelación de que algunos de sus dirigentes están vinculados a partidos como Compromís ha afectado a la credibilidad del movimiento. Que un líder vecinal tenga militancia política no es un problema en sí mismo, pero cuando la imagen que proyecta es de instrumentalización partidista, el efecto sobre la opinión pública es inmediato: las protestas dejan de percibirse como genuinas y se convierten en una prolongación de la pugna electoral.

Además, este contexto facilita que los adversarios políticos deslegitimen de manera automática las reivindicaciones, al reducirlas a “protestas de la oposición”. Esa etiqueta resulta letal para atraer a ciudadanos ajenos a la militancia política, que se sienten incómodos participando en movilizaciones que parecen diseñadas para desgastar al gobierno autonómico en lugar de buscar soluciones reales. Lo que podría haber sido un movimiento cívico de amplio consenso se va diluyendo al convertirse en un terreno de disputa partidaria, reduciendo inevitablemente su capacidad de convocatoria.

Mariló Gradolí, asesora de Compromís en una entrevista a la Sexta como representante de las víctimas.

Una gestión de ayudas que desmoviliza

La gestión de las ayudas tras la DANA ha sido lenta, confusa y con declaraciones oficiales que no han ayudado. La ministra Diana Morant llegó a afirmar que los propios damnificados eran responsables de que solo se hubiera abonado un tercio de las ayudas prometidas. Estas palabras, lejos de movilizar a la población en masa contra el Gobierno central, generaron un efecto contrario: frustración y resignación.

Los afectados perciben que están atrapados entre administraciones que se culpan entre sí: el Consell señala a Madrid, el Ejecutivo central apunta a València, y en medio los ciudadanos siguen sin respuestas rápidas ni eficaces. Ante esta dinámica, muchas personas optan por abandonar las manifestaciones, convencidas de que salir a la calle no acelera los pagos ni soluciona la maraña burocrática. La indignación se convierte en apatía, y la desmovilización se extiende porque la confianza en que las protestas sirvan de algo se ha evaporado.

La secretaria general del PSPV-PSOE, la ministra Diana Morant, en una imagen reciente.-EFE/ Ana Escobar

Complejidad de las responsabilidades

Otro factor clave es la erosión del relato inicial de las protestas. En los primeros días, resultaba sencillo buscar y señalar a un único culpable. Sin embargo, el paso del tiempo y la aparición de nuevos datos han complicado el panorama. La AEMET ha reconocido errores en sus previsiones meteorológicas, lo que evidencia que el fenómeno no era del todo previsible. Además, la gestión de la catástrofe no depende solo del Consell, sino también del Gobierno central, de los ayuntamientos y de décadas de decisiones urbanísticas que han aumentado la vulnerabilidad del territorio.

Esa complejidad desarma la fuerza de un relato simple y movilizador. Culpar exclusivamente a Mazón pierde credibilidad cuando la ciudadanía descubre que las responsabilidades están repartidas en múltiples niveles. Al no existir un marco alternativo que aglutine el malestar de forma más amplia y constructiva, el movimiento pierde capacidad de movilización. Lo que antes era un grito claro contra un único responsable ahora se diluye en un mar de grises donde todos comparten parte de la culpa.

El responsable de AEMET en recientes declaraciones a À Punt, admitiendo errores en la gestión de la DANA.

Un movimiento que pierde impulso

Finalmente, no puede olvidarse la influencia de la cobertura mediática y del desgaste organizativo. Los medios dieron amplia visibilidad a las primeras manifestaciones, con imágenes potentes y testimonios dramáticos. Pero el ciclo informativo es implacable: otras noticias ocuparon las portadas y la DANA dejó de estar en el centro de la agenda. Sin ese altavoz, las protestas pierden impacto y atractivo para los ciudadanos.

Además, organizar concentraciones periódicas requiere un esfuerzo logístico enorme que las asociaciones no siempre pueden sostener. Repetir diez convocatorias en pocos meses, sin resultados tangibles ni victorias parciales, alimenta la fatiga social. El público se acostumbra, resta importancia a las convocatorias y termina interpretando que se trata más de un ritual político que de una movilización eficaz. Así, el movimiento se debilita hasta reducirse a los más fieles, con cada vez menos capacidad para atraer nuevos simpatizantes.

La experiencia demuestra que la manipulación del dolor de las víctimas con fines políticos puede generar un impacto intenso en los primeros compases, pero su efecto se diluye con rapidez cuando la ciudadanía percibe instrumentalización. En última instancia, será en las urnas donde se mida si este movimiento ha tenido consecuencias reales. Por ahora, los sondeos no apuntan a un cambio electoral, lo que sugiere que la estrategia podría acabar desgastando más a sus impulsores que al propio gobierno al que pretendían debilitar.


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