martes, 10 diciembre 2024

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El ejército (de voluntarios) devuelve la esperanza a l’Horta Sud

Crónica de la solidaridad ciudadana, que moviliza a cientos de personas para recuperar las calles y hogares tras el desastre en Horta Sud.

Miles de ciudadanos cruzan cada día el Turia armados con palas, escobas y cubos para ayudar a conocidos y desconocidos que lo han perdido todo.

Cruzar el nuevo cauce del Turia es como atravesar el Berlín oriental durante la Guerra Fría: todo cambia de una ciudad normal a un escenario devastado. En La Torre, los primeros síntomas son los coches apilados por la lluvia y las aceras convertidas en ecoparques improvisados de muebles.

A medida que la gente avanza por el Camino Real, se agravan los signos de la tragedia. El lodo sigue dominando la mayor parte del territorio. En la mañana del viernes aún había vías principales bloqueadas por coches que obstruían calles y accesos. Durante el día, la maquinaria civil, en algunos casos aportada por voluntarios con grúas, traspalés y tractores, empezó a despejar el camino bajo la coordinación de las fuerzas de seguridad.

La presencia de las fuerzas del orden demuestra que las entidades municipales han actuado rápidamente: un coche de policía de Pilar de la Horadada bloquea una calle y sus agentes piden no cruzarla por seguridad. En el Ayuntamiento de Catarroja, la Ertzaintza monta guardia para evitar saqueos, mientras que la protección civil de Sagunto intenta retirar el coche de un comercio en Alfafar. En Benetússer, guardias civiles de aduanas comienzan a organizar el tráfico para facilitar el paso de vehículos. Toda ayuda es bienvenida.

Una voluntaria contempla el amasijo de coches al llegar a Benetússer

“Ahí dentro hay cinco atrapados”

Los vecinos saben que en algunos sótanos y garajes hay fallecidos y, en algunos casos, incluso pueden precisar su número. En Massanassa, los cuerpos de una familia entera yacen entre el agua y el lodo dentro de su casa, pero nadie ha podido recuperar sus cuerpos. La prioridad son los vivos.

Los voluntarios entran en las casas de conocidos y desconocidos para ayudar; a veces, sacar el mobiliario inutilizable ya resulta imposible sin comprometer el paso de los vehículos de emergencia.

La presencia de la UME es apenas una gota en una inundación. Toda la comarca se siente abandonada, desde los alcaldes hasta los vecinos que, al estar en viviendas altas, apenas han sufrido los efectos de la catástrofe.

Poco a poco, los bomberos de diferentes municipios y consorcios provinciales entran a locales para extraer agua y sacar cuerpos que los vecinos aseguran con certeza que están allí. Nadie quiere acercarse; si ver un cadáver es horrible, aún peor es tras varios días en el agua y el lodo.

Los vecinos sacan sus enseres a la puerta, el barro no cabe en las calles de Massanassa

No hay niños en las calles

Es el tercer día sin colegio para los niños de l’Horta Sud, pero no hay un solo niño en las calles, y no solo es por seguridad. “El primer día vi cadáveres flotando al salir; no quiero que mi hijo sea testigo de este escenario”, comenta una madre que reconoce haber puesto a sus hijos en “modo pandemia” debido a la lenta evolución de la situación.

La gente ya sufre efectos sobre la salud mental, especialmente los colectivos vulnerables. En un caso, un adulto con Trastorno del Espectro Autista agravaba su ansiedad y desesperación sentado en la puerta de su casa, sin transporte que lo llevara al centro de día, viendo cómo todo a su alrededor estaba destruido.

Dos ciclistas voluntarios hacen un descanso tras llegar a Alfafar

Mochilas llenas de “lo que pensaban que podrían necesitar”

Comida, agua, lejía, jabón, suministros médicos, material de aseo e higiene: estos eran los elementos más comunes en las mochilas de los voluntarios. Algunos cargaban hasta 20 kg de recursos que distribuían en viviendas o en puntos de acopio como parroquias y ayuntamientos.

Las colas para conseguir agua potable o una ración de comida son largas. La presencia de las fuerzas del orden es imprescindible. Los vecinos aún temen saqueos y agradecen la presencia de agentes, sin importar cuán variados o distantes sean sus uniformes.

Algunos profesionales llenaron sus mochilas con medicinas, desde heparina y antibióticos hasta apósitos impermeables y tranquilizantes. Otros, como cerrajeros, electricistas y carpinteros, llevaban su equipo profesional para ayudar a restaurar un poco la vida en las casas de los damnificados.

El Centro de Salud de Alfafar sigue bloqueado por coches

“Nos sentimos abandonados”

Los vecinos no saben cómo agradecer la ayuda prestada, no solo la física: también necesitan expresar lo que sienten. La mayoría tiene una inevitable sensación de abandono. “El mensaje llegó cuando ya nos habíamos tenido que subir a la planta de arriba”, comenta uno.

Muchos esperaban ver decenas de militares con palas y solo ven dos jeeps de la UME, cada uno con dos soldados, para todo el municipio. Otro día más sin despliegue masivo de soldados ni maquinaria industrial. En algún momento, sobrevoló un helicóptero del ejército.

Las fuentes oficiales tampoco ayudan, y los voluntarios, lejos de censurarse, sienten que su gesto solidario no es reconocido. “Volveremos mañana, aunque nos lo prohíban”.

El balance sigue estando lejos de la realidad. Los vecinos intentan medir la catástrofe y preguntan por la situación en otros municipios. Para colmo, las palabras de la consellera Nuria Montes han sido desoladoras.

Largas colas en Catarroja para conseguir agua y comida

Cansados, pero decididos a volver al día siguiente

El paisaje ha cambiado ligeramente desde la mañana, tanto en los domicilios como en las calles, donde poco a poco se retiran coches hacia parques y descampados.

Al caer la noche, los voluntarios vuelven a casa, mochilas vacías, cansados y con el calzado roto. Saben que queda mucho por hacer y se disponen a volver al día siguiente.

Muchos tienen un largo camino de regreso a casa, la falta de transporte de metro no ayuda, y la ronda sur tiene solo un carril disponible. “Sin metro no tengo cómo venir desde Alboraya”.

En los barrios de San Marcelino, Safranar y Malilla, es inevitable ver huellas de barro de los voluntarios en su camino de regreso a casa. Las grandes vías son testigos, tanto de mañana como de noche, del constante ir y venir de quienes hacen “germanor”.

Voluntarios de vuelta a casa cruzando la Pasarela ciclopeatonal Jorge Meliá Lafarga

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