Igual que las alergias primaverales y los incendios forestales, la campaña política para las elecciones del 28M ya ha empezado. Sin embargo, pese al tono bronco y embarrado con el que arranca, a la ciudadanía media, en realidad, poco le importa. El obtuso hermetismo en que tantas veces viven políticos y asesores que presumen de patear la calle para escuchar a los electores, les hace complicado entender que la pugna real está en llegar a fin de mes sorteando la subida del pollo y no en las beligerantes intervenciones plenarias.
Un metaverso político del que los periodistas somos cómplices con demasiada frecuencia traicionando en parte aquella falacia ingenua de ser ‘transmisores de la realidad’. Por eso, escuchar pomposos anuncios de bajadas de impuestos o de ayudas al alquiler mientras se comparte sofá con el último desconocido que ha alquilado habitación en ese piso compartido de treintañeros que no pueden independizarse, obliga a cambiar de canal para elegir una ficción más entretenida.
Ahora viene tiempo de promesas. De anuncios grandilocuentes defendidos con ese ímpetu perfectamente estudiado para saber el punto exacto en que gritar y exaltar a multitudes. Una práctica cada vez más en desuso y con cierto olor anacrónico pero que con formatos más o menos renovados volverá a bombardearnos. Porque en redes también se grita. Los ‘haters’ y los likes tiranizan a generaciones que solo conocen a los políticos tiktokers y se escandalizan cuando descubren que las papeletas electorales siguen usando papel y requieren presencialidad.
Por eso, las vallas y las pancartas perviven en los escenarios reales y nuestra piel tendrá que acostumbrarse. O al menos protegerse para que tras el inconsciente traspaso de la epidermis ciudadana, decidamos libremente hasta que punto ponemos barreras. Los mensajes electoralistas son como esas radiaciones solares de las que solo nos protegemos en temporada de bikini, ignorando que el sol no se apaga en invierno, pero que parece que no hace daño.
Por eso, del mismo modo que Amazon o Netflix se colaron hace tiempo en nuestra cotidianeidad, hasta convertirse en una necesidad creada por sofisticados algoritmos de control, no importa lo que nos interese o no la política: está ahí. Simplemente que se evidencia más o menos a tenor del calendario electoral. Algo así como los repartidores en patinete sin contrato que no vemos ni siquiera cuando abrimos la puerta para pedir eso por lo que nos da pereza salir a la calle. Muchos tipos de pieles con diferentes exposiciones a la realidad.