Al estar encima de una pequeña loma, no ha entrado mucho barro en las paradas del mercado, aunque Xaro Mora dice que en Aldaia tienen “cultura de riada” y están acostumbrados a que, de vez en cuando, el agua les llegue a los tobillos.
El día que lo inauguraron, el mercado de Aldaia tenía el mismo suelo que el de las calles de alrededor. Empezó como todas las plazas de mercado, con un techado para cobijar a los tenderos, al que luego se le añadieron las paredes y un almacén por debajo. Eran los años 80, y su arquitectura lo atestigua, porque es la misma que tienen muchos mercados de extrarradio: techos metálicos y ondulados, algunos arcos y, por dentro, las vigas expuestas al aire.
Mora lleva veinte años en el mercado y regenta una parada de frutos secos, que reabrió ayer después de estar catorce días cerrada por la dana que anegó el pueblo: “Teníamos miedo a abrir, pero también miedo a cerrar. La gente lo necesitaba, está psicológicamente hundida“, asegura en conversación con EFE.
Las pérdidas que han tenido estos comerciantes todavía no están cuantificadas, pero entre los enseres que han perdido enumeran congeladores, básculas, envasadoras y furgonetas de reparto, además de “miles y miles de euros en género”, que es, en esencia, lo que da sentido a un mercado municipal.
Al enterarse de la reapertura, Pilar Gallardo, vecina de Aldaia, ha venido esta mañana a comprar fiambres y verduras al mercado. “Son gente del pueblo y hay que ayudarles”, explica a EFE esta vecina, cuya historia es la de tantos en la comarca en la Horta Sud: “No he salvado nada, ha sido perder toda una casa“.
Aunque todavía queda mucho barro en Aldaia, la reapertura del mercado representa “un primer punto de normalidad después del desastre“, como opina el concejal de comercio del municipio, Santiago Ruiz, que agradece a los paradistas su esfuerzo y la ayuda ofrecida a los voluntarios los primeros días después de la riada.
“¿La reapertura de ahora o la de antes?”, pregunta fuera de micrófono Paco Navarro, que lleva catorce años atendiendo a la clientela de la charcutería Ana, que tiene el nombre de su suegra.
Navarro, que ejerce de portavoz del mercado de Aldaia, apunta que el edificio se ha sometido a una reforma integral este último año, que ha sido dura para los comerciantes y que les ha obligado incluso a cerrar durante el mes de agosto: “Solo nos faltaban estos diez últimos días”, se lamenta en declaraciones a EFE.
Su parada ha sido un goteo constante de vecinos que han acudido a por fiambres, pero ese reencuentro con la clientela ha sido “reconfortante” y era lo que “necesitaban, por salud mental” tanto Navarro como el resto de paradistas.
“Lo que a nosotros nos gusta es estar en contacto con la gente. Este trabajo es muy, muy amable, porque es una forma de vender muy cercana a la gente. Conoces a la gente, la gente te conoce, te saludan por la calle y tú los saludos. Sabes qué es lo que quieren, ellos te piden, te riñen y te dicen. Es muy agradable” dice, emocionado, Navarro.
Miedo a más inundaciones
El temor a una nueva dana es palpable en las calles del municipio, que se prepara para la previsión de lluvias colocando sacos terreros en las cercanías del barranco de la Saleta e intentando despejar el alcantarillado, todavía colapsado por barro y escombros.
De las anteriores crecidas del barranco, en Aldaia se protegían con unas compuertas que atravesaban las calles, pero la riada del 29 de octubre se las llevó por delante.
“Estamos todos psicológicamente aterrados”. “La gente compra hoy porque mañana no saldrá de casa”. “Estoy poniendo maderas con espuma de poliuretano en la puerta de mi casa”, explican los vecinos y comerciantes que han hablado con EFE.