miércoles, 30 abril 2025

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La patria es presencia i esencia (A propósito del Barco Fallero)

Antes de nacer me apuntaron a la Falla de la Plaça de Torrent, la falla de mi familia materna era la de Padre Méndez. Con apenas meses, fui del brazo de mi tío en una presentación fallera y desfilé en la Ofrenda.  

Cuando llegamos a Valencia, mi familia fue de las primeras de la Falla de la Avenida de Francia – Paseo de la Alameda. Mi padre, vicepresidente, fue aclamado popularmente como Alcalde de Penyaroja, título que creo todavía ostenta, porque no hay nadie en el barrio que no lo conozca.

Mi abuela me cosía los trajes, y desfilé de Torrentí desde que nací hasta la adolescencia, momento en decidí que el traje de Serranos era mucho más cómodo, y ahora he vuelto a abrazar el Torrentí, probablemente como autoreivindicación de mi propio origen. Este año, como los anteriores, he salido en la Ofrenda el día 17, con mi hermana, con la que tengo el honor de desfilar siempre juntos.

Nunca pensé, cuando accedí al cargo, que viviría con los valencianos del exterior unos momentos tan maravillosos como los que he vivido. Las fallas, la tradición, el folclore, son para muchos valencianos en el exterior la cuerda emocional que les une a los recuerdos de su familia y de su tierra, como a mí me unen también a los míos.

Decir fallas evoca el dulce olor de los buñuelos de calabaza que hacía mi familia y los ramos de flor de las falleras guapas a punto de desfilar en la Ofrenda, a mí tío trabajando en el casal y a mí tia, o a mis abuelos orgullosos de verme desfilar en el salón parroquial en la presentación.

Porque he de reconocer que Xavier Casp tenía razón: «Soc tant si vullc com si no vullc, / ¡que si que vullc!, valencià». La patria, un valenciano la lleva dentro, es inexplicable. Amamos nuestras tradiciones de tal forma que no podemos vivir sin ellas. Por eso, los valencianos se acaban reuniendo para comer paella, aunque estén en Suiza; por eso, los valencianos en Argentina nombran Falleras Mayores aunque se tengan que coser los trajes; por eso, los valencianos de Sevilla no han descansado hasta que la Virgen de los Desamparados les visitara.

No he visto mayor ternura que la de un valenciano pasando ante la Virgen de los Desamparados. Nosotros, los bravos, los aguerridos y valientes valencianos, nos convertimos en familia cuando suena el Himno Regional. En ese momento, compartimos un sentimiento conjunto de historia, cultura, tradición e identidad propia. Sentimos las raíces profundísimas de las que venimos y, lo que es mejor, es algo que he aprendido con los Cevex: no excluimos a quien quiera ser valenciano con nosotros y compartir este sentimiento. Porque sí, hay mucho valenciano que ha decidido serlo por elección, por sentir ese abrazo de pertenencia a una familia que no te abandona y que siempre está ahí.

Lo pusimos a prueba, desgraciadamente, cuando nos azotó la mayor tragedia de nuestro tiempo, cuando el Barranco del Poyo y el Júcar se desbordaron. No ha habido ningún valenciano que no haya querido ayudar a la familia, la familia de la otra margen del Turia, o la del otro lado de la Albufera.

Así que doy gracias, todas las que puedo, por tener que tratar con esas buenas gentes de los Cevex, que saben quiénes somos mejor de los que nosotros mismos, los que vivimos siempre aquí, nos podemos definir.

La lejanía elimina complejos y política de las cosas. Ellos no tienen dudas de cómo se llama la lengua que hablamos ni de cuales son nuestras señas de identidad.

Recuerdo que la primera vez que viví con ellos la visita a la Basílica, actividad que se ha consolidado por aclamación popular como parte del programa del Barco Fallero (y que es idea original de Camarasa), me abrumó tanta emoción. No podía entenderlo, si nosotros pasamos un día sí y otro también por la Basílica. Y cada vez lo entiendo más: hemos perdido la capacidad de comprender y valorar todo aquello bueno que tenemos y que damos por sentado. Ellos no lo dan.

Vuelvo a Casp: «La patria es presencia i essencia. I yo estic i estare on ella està.» Porque, en efecto, a veces olvidamos quiénes somos, a veces olvidamos la importancia de reivindicarnos a cada paso y de sentirnos orgullosos, de utilizar el valenciano siempre que podamos y de hacerlo con el honor de un Cavaller y la sinceridad heroica de un palleter.

Conocer las comunidades de valencianos en el exterior es sentir que todos estamos, que no nos falta nadie, que no dejamos a nadie atrás.

Que están con nosotros aunque estén lejos, que todas las raíces están donde tienen que estar y que el abrazo no se cierra y que la identidad perdura.

Por eso, junto al secretario autonómico, Santi Lumbreras, decidimos apostar desde el principio por una política que había sido deliberadamente olvidada. Decidimos convertir en derecho, a través del convenio entre la Generalitat Valenciana y la Junta Central Fallera, lo que hasta entonces había sido mera costumbre.

Porque el Barco Fallero no es una actividad más de la Generalitat, es un derecho ganado a lo largo de la historia como premio al trabajo que desempeñan en todos los países donde existen, desde Buenos Aires hasta Tokio.

Una tradición histórica de 64 años, inaugurada por el primer barco de valencianos de Chile, Argentina y Uruguay, que vinieron a Valencia a celebrar las fallas, vestidos de valencianos y con sus Falleras Mayores.

Seguimos con ellos, seguimos trabajando para ellos, incluso en unos momentos tan difíciles como los actuales, en los que la reconstrucción es nuestro único objetivo. Los seguiremos visitando y seguiremos celebrando con ellos que las Fallas de Mallorca van a ser declaradas fiestas de interés turístico local de Baleares gracias a la Falla de El Toro de Calviá; que México tiene nuevo Cevex; o que la Virgen ha hecho una visita histórica a Sevilla de la mano de nuestra Casa de Valencia allí (con la presencia de importantísimas instituciones valencianas como Lo Rat Penat o la Junta Central Vicentina).

Que París sigue siendo un ejemplo de valencianía en Francia, junto a Montpellier que tiene una importante vinculación con Rocafort; que Bélgica y Londres siguen siendo referentes para los valencianos que quieren recuperar sus raíces; que Washington sigue aportando ideas para mejorar nuestra gestión; que Los Ángeles está ahí; y que Florida ha traído por primera vez a sus Falleras Mayores.

¿Qué decir de Córdoba? Lidera a importantísimas casas de valencianos del cono Sur como San Juan, Chile, Uruguay, Mendoza o Buenos Aires, y que ha traído este año a su Fallera Mayor.

En las nacionales no me olvido de Gavà, que nombra Gaiateras y Falleras; de la Cololonia Forcallano Catalana; de Ibiza y San Antoni del Portmany, que trajo a su alcalde a vivir las Fallas; de Valladolid que tiene una extraordinaria Fallera Mayor; o de la solidaridad de La Rioja a la que la tragedia de la barrancá le ha tocado muy de cerca; de Cantabria y su reivindicación constante del valenciano; de Navarra que tira una mascletá en Pamplon; o de Zaragoza cuya presidenta es por derecho Fadrí d´Or.

Después de una semana entera con ellos, de ser recibidos con danses y rondalles (del grup de danses del Piló de Burjassot y su capitana Amparo Haro) en el Centre del Carme (que es la casa de Bugeda); de cantar con el Molt Honorable President de la Generalitat el Himno Regional en el Saló de Corts (al toque de la orquesta de Pulso y Púa de la Virgen de la Tejeda, y la Regalada, estando allí José Ramón, el orgulloso Presidente de la Federación de Folclore de la Comunidad Valenciana); de participar en el Homenaje al Maestro Maximiliano Thous (con una Fallera Mayor de excepción como Nuria Dolz); de comer en Germanor (con la Falla del Politécnico y los incombustibles Juan Ortiz y Toni y en la Albufera invitados por Alejandra la Fallera Mayor de México); de desfilar en la Ofrenda; de ser recibidos por la alcaldesa de Valencia; de ver las luces de Ruzafa y las Fallas de la Gran Vía (Gracias Nieto y Serrano); de vivir la Misa de San Chusep y la Cremá; me quedo con un momento: la visita a la Basílica y el canto de la Salve. Un momento en el que me venía a la mente y al corazón toda la familia, la que está y la que no está, y la sensación de que, de alguna forma, la familia estaba junta, también la que estaba debajo de los frescos de Palomino, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón henchido, en una mañana lluviosa.  Porque ser valenciano es más que una identidad, es un sentimiento que nos une y nos define, y que celebramos con cada buñuelo, cada desfile y cada canto a la Virgen de los Desamparados.

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